Por Idelfonso Gómez
La retirada de los EEUU de la Organización
Mundial de Salud no es solo un
gesto más en forma de exabrupto del
trumpismo en medio de la pandemia, se trata
de un síntoma de crisis terminal del papel que juegan las principales
potencias imperialistas en el sistema internacional de las Naciones Unidas.
El dato de los datos de la pandemia en el mundo es el hecho evidente de que por encima
de las diferencias nacionales sobre el tratamiento sanitario más o menos
diferenciado, el elemento que se constituye en el común denominador de todos los países es el hecho de que en todos ellos ha faltado el
personal y los recursos
sanitarios y de salud pública, y no
por casualidad sino por planificación negativa de las políticas de
ajuste dictadas desde el FMI y
el Banco Mundial, que han aconsejado de forma reiterada el incremento de
los gastos militares y
parasitarios a costa de la reducción de los gastos sociales y sanitarios
en particular, y en particular
de la investigación.
La Organización Mundial de la Salud no es ajena a esta práctica ya que está bajo la
tutela de los países que la
financian, y de las grandes empresas
farmacéuticas, siendo instrumento de esos intereses y planes. El ochenta
por ciento del presupuesto de
la OMS proviene de
aportaciones voluntarias de los principales grupos
económicos privados, convertidos en grupos
de presión internacional a la búsqueda de ocasión de negocio e inversión
especulativa, que quieren decidir en todo momento el destino de su aportación.
Hasta mediados del mes de marzo la OMS no haría declaración formal de pandemia. Y,
en esta fecha los países
carecen de planes y medidas
concretas más allá del confinamiento de la población.
Los organismos internacionales vinculados al sistema
de las Naciones Unidas, han casi
desaparecido a la hora de la toma de decisiones internacionales de apoyo
y solidaridad en el marco de la pandemia, solidaridad sin embargo ha sido ejecutada por países como Cuba, o la misma China, que acudieron,
por ejemplo, en apoyo del gobierno italiano,
cuando este era abandonado, tanto por
la Unión Europea, como por la OTAN, solidaridad
médica que ha formado parte de
los planes internacionales de estos países.
Trump, que ha tratado de utilizar en su provecho
político las declaraciones del director general
de la OMS realizadas el pasado enero desde
Pekín, relativas a que “según las autoridades chinas no hay pruebas de
que exista contagio entre
humanos”, tardo tres meses en romper
con la misma tesis falaz aún, cuando era
evidente que el pronóstico no era cierto.
Acudiendo, tarde y mal, como los dirigentes de otros muchos países, al confinamiento de toda la población sin realizar la
inspección médica necesaria para
separar infectados de sanos a
fin de impedir la propagación, solo pendientes
del colapso hospitalario que en momentos
claves ha sido una realidad que ahora
se quiere negar, pero abandonando de
hecho- a una buena parte de la población a
sus suerte, sobre todo a los mayores de 70 años;
confinamiento que no ha contado con las ayudas necesarias para quienes perdían sus únicas rentas, financiando, eso sí, empresas
y parados legales, que pese a todo se pueden
transformar en poco tiempo en muchos millones de despidos.
Ahora los grandes grupos empresariales presionan para
una reapertura rápida de la
actividad económica, y de la
propia carrera electoral tendente a revalidar la presidencia de Trump.
En reciente entrevista realizada a experto en la Historia de la Medicina por la Universidad
de Yale, a la pregunta de que sí es suficiente la inversión en ciencia
que se realiza por las
diferentes potencias, este contesta:”El problema
es que no utilizamos la ciencia en forma
constructiva. Podríamos haber tenido una
vacuna contra el coronavirus hace tiempo, pero cuando el SARS
desapareció y se comprobó que
el MERS no era especialmente contagioso, continuar con su desarrollo ya no merecía la pena. En la industria farmacéutica
todo gira en torno al beneficio.
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