El dominio de la burguesía, como
clase dominante en las democracias burguesas, se basa no sólo en el acaparamiento
de los medios de producción de bienes y servicios, también en el monopolio sobre
la prensa, el dinero, la sanidad, la educación, el ejército, la policía, y en la
propagación a nivel popular de una serie de medias verdades, trampas y
ficciones que nos hacen ver que somos libres porque entre otras cosas podemos
votar en determinados años. El capitalismo no respeta nada, ni siquiera los
ámbitos más privados de la intimidad.
La influencia y la dominación de
las clases dominantes y las potencias imperialistas no sólo se ejerce sobre
“las ideas”, sino también sobre los sentimientos, emociones, valores y
vivencias de la cotidianeidad, aparentemente “no políticas” y presuntamente
ajenas a los discursos políticos. Se logra a través de películas románticas y
de acción, a través de la música, la vestimenta y los gustos personales,
inducidos mediante el marketing y toda una ingeniería de propaganda que opera
en el campo del inconsciente colectivo, prostituyendo, incluso, los mejores
descubrimientos de Freud.
La ideología burguesa nos hace
creer que no existen las clases sociales que todo se reduce al individualismo,
a las relaciones patrón-obrero, hombre-mujer en la vida cotidiana, como
consumidor, como ciudadano o ciudadana y votante cada número determinados de años.
Nos hacer ver el poder intocable que recae en el dueño de la propiedad privada
de los medios de producción y de los instrumentos de represión.
Las medias verdades están
presentes sólo en sus lados buenos, así podemos organizarnos, podemos expresarnos
y votar libremente al partido que mejor nos parezca. Los lados malos no se ven,
la dependencia del salario y de los suministros básicos, el acceso a la vivienda,
lo inaccesible que es el poder estatal, y las dificultades para el logro de
bienes colectivos citados: educación, cultura, prensa, etc.
Todo esto determina que las
clases explotadas se crean que forman parte de la sociedad en su conjunto, que
no existe explotación, opresión, dominación y lo que se dan son desigualdades e
injusticias en el plano individual que se pueden resolver por el Estado con
reformas y mayorías parlamentarias.
En definitiva, se trata de que la fuerza de
trabajo se vea supeditada, a los medios de producción, a las infraestructuras
del capital, y comprendan que si es necesario deban irse al paro o reducirse
sus salarios para que todo esto rinda más beneficios al capitalista. Cuando las
clases trabajadoras asumen que forman parte del sistema capitalista todo está
asegurado, y la democracia burguesa asegura la alienación generalizada.