Una exigencia democrática fundamental: romper los consensos con los herederos del franquismo
El ministro del Interior del gobierno de coalición se ha colocado en 
primer plano de la crisis política del régimen monárquico. La decisión 
de cesar al jefe de la comandancia de Madrid de la Guardia Civil, Diego 
Pérez de los Cobos, por “falta de confianza”, ha venido a abrir una 
cadena de dimisiones de altos cargos de dicha entidad, y a romper 
consensos de Estado que son los que dan base de sustentación al régimen.
El origen del conflicto es el de una demanda judicial -presentada 
contra los responsables de autorizar la manifestación feminista del 8 de
 marzo en Madrid-, por posible extensión de la infección del coronavirus
 a denuncia tomada en consideración por la juez Carmen Rodríguez Medel, 
quien encarga a la Guardia Civil, (y no a la policía a quien 
correspondía la investigación del asunto), señalando en su auto la 
exclusividad de dicha información para su juzgado.
El gobierno de coalición comienza a ver en los movimientos judiciales
 y policiales un “complot” destinado a encausar al mismo gobierno para 
hacerle políticamente responsable de la crisis del coronavirus, 
empezando por imputar al Delegado de Madrid, y exige a Pérez de los 
Cobos el conocimiento de las pesquisas policiales realizadas sobre el 
caso. 
El coronel se niega y es destituido. El Ministerio del Interior 
oculta los hechos y explica públicamente que el cese del coronel se 
debió a una “reconstrucción de nuevos equipos” de la dirección de la 
Guardia Civil. 
La destitución y las dimisiones de los jefes de la cúpula
 de la entidad que le han seguido se han visto acompañadas, el mismo día
 y hora, con la equiparación salarial de la Policía Nacional y la 
Guardia Civil con los cuerpos policiales autonómicos. 
Estos hechos han 
convertido la sesión de control del gobierno en las Cortes en una 
caldero ardiendo, en el que la  oposición de las derechas se ha puesto 
de acuerdo en tirarse al monte exigiendo la dimisión del ministro 
Marlaska, apareciendo en la superficie de los debates buena parte de las
 contradicciones del régimen de la monarquía, a saber: la 
incompatibilidad manifiesta entre el  franquismo coronado -que se 
protege detrás de los pactos y acuerdos que dieron lugar al régimen del 
78- y toda expresión libre, independiente y democrática de la sociedad. 
Franquismo y democracia son incompatibles.
El fondo de la cuestión que ha venido a quebrar los consensos 
derecha-izquierda oficial en la crisis del coronavirus es el siguiente: 
¿Quién es el responsable político de los miles de muertes evitables 
provocadas por falta de personal y de medios sanitarios? Y las derechas 
no han dudado en impulsar una trama política-policial y judicial 
estructurada por las grandes sectas religiosas mayoritarias en la 
judicatura y en la cúpula policial, como es el caso del Opus Dei, para 
hacer responsable único del desastre al gobierno de Sánchez mediante la 
manipulación de una nueva “Causa General”, y tratar, con ella, de echar 
abajo al gobierno en base a una campaña mediática  de los principales 
medios de comunicación, a la que se sumó el mismo grupo Prisa después de
 los consejos en ese sentido de Felipe González.
La Causa General, so pretexto de los efectos del coronavirus, 
instada, como dice el catedrático Pérez Royo, es fruto de una 
¿prevaricación administrativa o de ignorancia judicial? Estableciendo 
que “en materia de derechos fundamentales la autoridad administrativa no
 decide NUNCA. O deciden los ciudadanos que ejercen los derechos que la 
Constitución reconoce o deciden los jueces y magistrados que integran el
 Poder Judicial”. Llegando a la conclusión de que el delito de 
prevaricación administrativa exige una manifestación de voluntad expresa
 de actuar de manera contraria a la que establece la ley, y que por ello
 no hay delito a la hora de acceder a las peticiones de manifestación 
del día 8 de marzo, es decir, no hay causa.
La trama judicial-policial parece ser, por el informe que se ha 
conocido, que ha tratado de urdir una trama en base a falsificar la 
realidad para fabricar una causa postiza. Cuando la verdadera causa 
política que surge de la pandemia es la siguiente ¿Quién, o quienes 
destrozaron la sanidad pública, facilitando el hecho de la incapacidad 
de atender a todos los que lo necesitaron; teniendo que soportar la 
indignidad y vergüenza como país de contar con uno de los mayores 
índices de mortalidad del mundo por la epidemia? 
A ello, hay que unir 
algo aún más grave, y es el hecho de haber abandonado expresamente y, 
por decisión política, a las personas mayores infectadas a su suerte; 
por supuesta incapacidad de atención pública del sistema sanitario sin 
los presupuestos adecuados.
El informe de los subordinados a Pérez de los Cobos, que según la 
juez solo podía conocer ella en exclusiva, comenzó a publicarse 
-conteniendo todo tipo de falsificaciones- en todos los medios de 
comunicación, empezando por la misma televisión estatal. Informe que 
sería la base para condenar a responsables administrativos y políticos, 
como ha sucedido en tantas ocasiones, y en concreto en los informes que 
llevaron a la cárcel a los dirigentes del proceso republicano catalán, 
pero cuyo fin último es hacer política franquista desde las cloacas del 
Estado para mantener los privilegios de todo tipo.
La no depuración democrática de los responsables de todo tipo de 
desmanes, y de actos criminales contrarios a los derechos fundamentales,
 tanto en la judicatura como en las Fuerzas y Cuerpos Policiales, y de 
la alta estructura del Estado tiene una raíz histórica, que son los 
pactos que establecieron la total impunidad de los crímenes del 
franquismo y de la etapa posterior, con la Constitución falaz que niega 
la soberanía popular y el derecho a decidir de la población, que llega 
hasta nuestros días.
 Lo que explica que el gobierno de coalición en sus 
dos versiones políticas siga impidiendo la verdad, justicia y 
reparación, manteniendo leyes de punto final como la de Amnistía y la de
 la Memoria; llegando al extremo en estas fechas de impedir las 
pesquisas de la causa argentina, o de mantener miles de medallas de 
honor a los policías torturadores y maltratadores.
El régimen político coronado de la Constitución del 78 nunca ha dado 
respuesta a las demandas democráticas y nacionales de los trabajadores y
 pueblos. El sistema judicial, la Iglesia católica, las Fuerzas Armadas y
 Policiales, la gran banca y el IBEX 35…, son, con la Monarquía al 
frente, la expresión del continuismo franquista disfrazado de Estado 
democrático y de derecho. Y, ello, cuando la corrupción institucional, y
 la ausencia de justicia, la dependencia clientelar…, se manifiesta como
 síntomas inequívocos de descomposición de las principales instituciones
 del régimen.
 La pregunta fundamental que hay que hacer a todos los que se 
reclaman de los derechos democráticos y sociales es sí están dispuestos a
 romper los compromisos con los partidos e instituciones que representan
 la continuidad del franquismo, y que por ese motivo, y solo por él, 
estos personajes y sectas preservan poderes y privilegios propios de la 
dictadura. Romper con los herederos del franquismo es una cuestión de 
vida o muerte para la inmensa mayoría de la población. Detrás de la 
crisis política del coronavirus, y de la trama policial-judicial que 
pretende derribar el gobierno con una nueva Causa General está la 
necesidad de un giro político a la izquierda, un giro democrático y 
social apara que no paguen la crisis los mismos de siempre.
El gobierno de coalición no puede pretender basar su gestión en el 
mantenimiento de las alianzas y consensos con las instituciones y 
personajes del franquismo, manteniendo leyes e instituciones que 
conculcan derechos y libertades, tanto políticas como sociales y 
económicas. El régimen del 78 es irreformable, solo la voluntad popular 
libremente expresada, bien mediante constituyente soberana, o bien 
mediante referéndum convocado a tal efecto puede establecer la base 
democrática necesaria de la soberanía de los trabajadores y pueblos.
Dirimir todas las responsabilidades de la crisis, impedir la 
corrupción y los privilegios institucionales, tomar las medidas de 
defensa de la sanidad y de la salud pública, acabando con el dominio de 
los grupos de presión económica y religiosa, es una imperiosa necesidad 
democrática. Unido, todo ello, a la lucha inmediata contra los despidos y
 el paro, que comienza por el desmantelamiento de grandes empresas y 
sectores, acabando con las colas del hambre y la precariedad con los 
recursos públicos necesarios.
 
